jueves, 15 de diciembre de 2011

La sirena de dos cabezas




Ilustraciones: Juan Luís López Anaya del blog Dibujando sueños

Relato de: Luisa H del blog Que 65 no es nada… para empezar a escribir [Dí que sí Luisa, la edad está demasiado valorada. Lo que importa siempre son las ganas de crecer]

El día 14 de marzo de este año tuve el placer de aterrizar en el blog de Luisa H, llevada de la mano de Belén in Red y desde el primer momento su forma de escribir me sedujo. A medida que iba leyéndola me iban entrando ganas de enlazar su blog con el mío [porque lo más importante de los blogs es, incluso por encima de la escritura, las relaciones humanas que se establecen] pero estaba esperando la ocasión perfecta. Y por fin, con este relato tan estupendo que escribió [“Mis monstruos” que ella publicó en su blog el 24 de noviembre] y que os dejo hoy aquí gracias a su gentileza, ha llegado el momento. Espero que lo disfrutéis, al mismo tiempo que os animo a que hagáis un hueco en vuestro tiempo para leerla porque no quedaréis defraudados.

Con Juan Luís también me pasó algo parecido, tuve con sus ilustraciones “amor a primera vista” y ya sabéis que una mujer enamorada hace cualquier cosa por conseguir su objeto deseado, en este caso, una ilustración para el relato de Luisa H. Le escribí a Juan Luís contándelo lo que me apetecía hacer con el relato y en seguida respondió a mi petición, se leyó el relato de Luisa H y me regaló el dibujo para el blog.

Muchísimas gracias a los dos.

“MIS MONSTRUOS”

Luisa H

Me apunté al viaje organizado a Escocia como último recurso. Estaba sola, me habían fallado planes mejores, no conocía el país. Pero, leyendo el folleto, ante el consabido reclamo turístico del monstruo del lago Ness, sonreí. Esto no, pensé. No porque no me gusten los monstruos. Sobre todo por mantener la imagen que tanto me ha costado construir. De mujer seria, civilizada, contraria a los otros mundos.

Qué risa. ¿Contraria a los otros mundos, yo? Desde que puedo recordar, veía a la gente desdoblada en tres: la persona que tenía ante mí, la niña que había sido, la anciana que sería. No era una visión voluntaria, ni podía provocarse. Ocurría de improviso. Con un vecino de asiento en el autobús. Con una pareja por la calle. O con mi prima Pilar, cuya anciana lucía una larga trenza blanca que me encantaba. Aunque en alguna ocasión el anciano o anciana no estaban. Yo entonces pensaba tranquilamente: esta persona no tiene futuro.

De pequeña no hablé nunca de ello. Estaba convencida de que le pasaba a todo el mundo. Que todos nos veíamos así. Niño, adulto y anciano. Pero en la adolescencia, claro, se me escapó algún comentario. Y ante las caras de asombro, por no decir de pánico, de mi entorno, no volví a mencionar mis visiones “tridimensionales”. Decidí guardarlas en el cajón secreto.

Pero algunos de los que “no tenían futuro” comenzaron a morir. Al principio no era gente demasiado importante para mí, y no pensé que hubiera una relación. Incluso lo acepté con cierta normalidad: yo ya lo había visto. Me aterroricé cuando ocurrió con alguien de mi familia, con dos amigos. Me sentí dominada por una suerte de poder siniestro. Y me empeñé en matar aquel poder dentro de mí. Hice un esfuerzo sobrehumano. Durante mucho tiempo fue imposible centrarme en otra cosa. Fracasaba en los estudios, era incapaz de mantener una conversación de cinco minutos. Cuando mi familia ya no sabía qué hacer conmigo, lo conseguí. Conseguí ver sólo a las personas que tenía delante, que podía tocar. Ni niños, ni viejos a su lado. Nunca más. O eso creí.

Durante el viaje a Escocia, todo transcurre más o menos bien, salvo la previsible lluvia. Por suerte, los compañeros de viaje son bastante normales. Si me ven callada, no insisten en conversar. Lo que ya es mucho. Incluso he conectado con una mujer de pelo recogido y expresión serena, que lee tanto como yo. Diana. Procuramos sentarnos juntas en la comida. En el autobús, con nuestros libros. Cruzamos sonrientes miradas.

Hoy ha surgido lo del monstruo del lago Ness. He intentado zafarme de la dichosa excursión, pero Diana ha dicho “vamos”. Y mansamente la he seguido. Pensando irónica “mira que si lo vemos”. Pero sin dejar de sentir una leve punzada en el estómago.

Me encanta el hombre que espera la aparición del monstruo. Convencido de su existencia. Viviendo en un trailer aparcado junto al lago. El pobre está harto de ser parte del morbo de la visita, pero lo lleva bien. Diana y yo nos acercamos a él. Incluso nos ofrece té en vasos de plástico. Nos sentamos los tres con placidez en la orilla.

Mientras ellos charlan, me percato de que la idea “monstruo” no me resulta extraña ni lejana. Estoy dispuesta a aceptar todo tipo de monstruos, visibles e invisibles. De alguna manera siempre han estado ahí.

Quiero imaginarlo. Al monstruo del lago. Cómo será, cómo me gustaría verlo si de repente apareciese. No como una serpiente, nunca una serpiente. ¿Un gran dragón, verde y terrorífico, con llamaradas en las fauces? Puede.

Dejo mi mirada perdida, errática.

De la superficie emerge una sirena. Una sirena gigante, de larga cola plateada que agita el lago. Y dos cabezas. Una de niña, rizos rubios, gesto asustado. Otra de mujer adulta, con una abundante maraña de cabello entremezclada de algas, diminutos peces, algún guijarro. Ojos insondables como las aguas. Amenazadores o suaves en un segundo. Boca cerrada en un gesto milenario. Junto al seno izquierdo una gran herida, como un agujero vacío. Alarga hacia mí un brazo. En la mano sostiene un corazón. Un corazón que veo latir.

Diana y el hombre han desaparecido. Me rodea el silencio y una intensa niebla.

Solas la enorme sirena de dos cabezas y yo, muda, inmóvil. Que no me mire. Pero no puedo apartar la vista de ella. Percibo en los míos los ojos claros de la niña. Me inspira cierta ternura. Ambas intentamos una sonrisa. Entonces la cabeza de mujer se agita para atraer mi atención. Me ofrece de nuevo su palpitante mano. Yo no siento mi cuerpo, no puedo moverme. Entonces ella, con rapidez, introduce el corazón en el agujero del pecho. Gira su rostro a la niña, que de inmediato la mira con devoción. Sin reparar en mí, se sumergen las dos en el lago, ahora sin oleaje alguno. Como si yo no estuviese.

Diana me llama desde lejos. Alguien me zarandea. Siento golpes en la cara. Creo que vuelvo a mi ser. Recupero la visión normal y miro a mi alrededor. Todo está igual que antes. El quieto lago, Diana, el hombre de la furgoneta, los bulliciosos compañeros de viaje. Nada más.

Ya recuperada, mientras caminamos hacia el autobús, en un impulso murmuro: “El monstruo del Lago Ness no tiene futuro”. Me abruman las carcajadas y las miradas que quieren ser cómplices. Ya no he vuelto a mencionarlo.

Pero sé que hubiera debido aceptar ese corazón.



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